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Las matemáticas tienen quien les baile
Sobre Wayne McGregor
Publicado en la revista Ddanza. Abril 09
(Sobre la actuación de la Ramdon Dance Conmpany en el festival Dansa València 2009)
Las matemáticas tienen quien les baile
Por: Guillermo Arazo
El Caso.
Wayne McGregor –coreógrafo galáctico de la Random Dance Company– recala por estas tierras con su obra Entity. Una obra redonda, llena de loops de momentos mágicos. Entity va de la clonación y la copia de archivos corporales que quieren invocar la inteligencia artificial a través del baile. “La idea surgió cuando estaba leyendo acerca de los acontecimientos más recientes de la ciencia cognitiva”. Glups. McGregor logra carnalizar la filosofía de una danza matemática, ilustra con puras imágenes aritméticas el axioma primero y último de la danza: la búsqueda (y el encuentro) de la turbación. “¿Cómo el cerebro y el cuerpo se influyen mutuamente en movimiento? Con ferocidad”. El montaje es hermoso por dos razones. a) los bailarines se exprimen hasta la última gota, una grata forma de recordarte que los bailarines también sudan. Y b) es hermoso porque dice algo. La sensación es que, de pronto, el público quiere hablar de la coreografía en un patio de butacas no muy dado a debatir fondos, sino más bien a diseccionar superficialidades o dilapidar léxicamente al coreógrafo de turno. En muchos montajes coreográficos la sensación dominante es la sensación de nada. En Entity, la sensación es de conmoción. Entre la nada y la conmoción hay un espacio –¿un instante?–, que no sé cómo se llama, pero que bien podría denominarse McGregorismo.
La forja de un mutante.
McGregor huye de los lugares comunes. Lo suyo es innovación y ultramodernez con patas. Bien largas, y definidas, como las de una mantis atea. A este baby-boomer (1970, aquella generación que son la tira y hacen mucho ruido) de Stockport de joven le perdían tanto los ordenadores como los bailes de salón y la salsa bien acompañada. Bueno, esa salsa en plan I+D, de manera que a esa salsa no la reconoce ni su madre. “Quise bailar después de haber visto a John Travolta en Fiebre del Sábado noche y en Grease. Lo del ballet, o la danza contemporánea, me pillaba muy lejos, así que me decanté por el baile disco”. Era la época en la que Donna Summer era lo más, y John Travolta hacía de italoamericano epiléptico. Empieza el espectáculo. Wayne estudió coreografía (y semiótica) en Leeds, y de ahí a Nueva York sin pasar por la casilla de salida. Cosas del azar, monta la Random en Londres, en 1992. Una carrera de una solidez notoria, sin ranuras en las que introducir la enmienda de la risotada. Desde entonces no ha parado. Su hiperactividad le ha llevado a los más diversos escenarios: al teatro (con La Mujer de blanco y algunas obras para el National Theatre y la Peter Hall Company) a la ópera (La Scala de Milán y la Ópera de Escocia) y al cine (Harry Potter y el Cáliz de fuego). “Me aburro fácilmente, así que tengo que buscar nuevos desafíos para mantenerme despierto”. En vela, que la ocasión la pintan calva. McGregor ha realizado también diversos trabajos para compañías de ballet: incluido el Ballet de la Ópera de París, San Francisco Ballet, Stuttgart Ballet y Royal Ballet. Y para sorpresa general, e incredulidad entre los puristas talibanes del clasicismo, en 2006, el Royal Ballet de Londres lo nombró coreógrafo residente, la primera vez en la historia del ballet que el coreógrafo no venía de un clásico background clásico. "Intento no pensar en esa increíble tradición. Me asusta, me da vértigo”. Y es que hay compañías que se juegan la estabilidad emocional apostando por otra cosa. Y encima ganan la apuesta. "Ya no hay tanta distancia entre el baile clásico y contemporáneo. Al menos no tanta como en el pasado, cuando surgieron las primeras compañías y coreógrafos de danza moderna. La situación es ahora mucho más fluida”. Todo es cuestión de hábito, como bien sabe el monje. McGregor es uno de esos meteoritos inclasificables que, muy de vez en cuando, genera la industria cultural y que cruza por nuestros escenarios dejando un rastro bastante cautivador. Notas mentales: a) su imaginación no tiene confines. b) su obsesión de maridar tecnología, movimiento y cerebro le ha alzado al olimpo de la poesía de alta intensidad. Y c) beware!: “yo vengo a desmontar expectativas”. Fin de notas mentales.
Laboratorio way of life.
Su particular enfoque lo ha convertido en uno de los creadores que ha abierto una nueva vía de investigación, y por tanto de innovación, y que le llevó a colaborar con neurocientíficos de la Universidad de Cambridge. De aquella investigación surgió la pieza Ataxia (2004), que toma nombre del síntoma que provoca la descoordinación del movimiento. “Me fascinan las interrupciones, los desvíos, la aleatoriedad, y las diferentes maneras de extraer información con el cuerpo”. Su sensibilidad para los conceptos científicos con los que le gusta experimentar y sus devaneos con disciplinas fronterizas como la neurología, la electromagnética, la acústica, con las cuales le gusta medir límites –eso sí, siempre desde el movimiento– le ha llevado a desarrollar una labor de coreógrafo sin renunciar al carácter especulativo de este ámbito. “Al comprender cómo procesa la mente el movimiento puedes comprender también cómo se aproxima la audiencia a lo que ve en el escenario”. Y las audiencias se aproximaron en multitud al Royal Ballet de Covent Garden de Londres, convirtiendo Chroma (2006) en el éxito de la temporada. Una hermosísima pieza minimalista que transcurre en una caja de luz blanca. Los matices no se pierden por el camino, mezclando lo solemne, lo dramático y una pureza intrincada, convirtiendo densos conceptos en complicadas abstracciones coreográficas.
¡Ándale, ándale! Rapidez y flexibilidad.
Esa es la combinación clave. Ambas cualidades aparecen en casi todos sus trabajos. Eso y la voracidad: “sólo trabajo con bailarines de apetito voraz”. Ñam, ñam. A McGregor le gusta provocar de diversas formas a sus bailarines. “Con este tipo de intervenciones, el cuerpo se comporta de manera diferente, porque tiene que resolver problemas desconocidos”. Este sudoku del movimiento es un lugar de reflexión y que pretende generar interrogantes más allá de los que los bailarines, y los espectadores, están acostumbrados. Simbólico.
Wayne McGregor –coreógrafo galáctico de la Random Dance Company– recala por estas tierras con su obra Entity. Una obra redonda, llena de loops de momentos mágicos. Entity va de la clonación y la copia de archivos corporales que quieren invocar la inteligencia artificial a través del baile. “La idea surgió cuando estaba leyendo acerca de los acontecimientos más recientes de la ciencia cognitiva”. Glups. McGregor logra carnalizar la filosofía de una danza matemática, ilustra con puras imágenes aritméticas el axioma primero y último de la danza: la búsqueda (y el encuentro) de la turbación. “¿Cómo el cerebro y el cuerpo se influyen mutuamente en movimiento? Con ferocidad”. El montaje es hermoso por dos razones. a) los bailarines se exprimen hasta la última gota, una grata forma de recordarte que los bailarines también sudan. Y b) es hermoso porque dice algo. La sensación es que, de pronto, el público quiere hablar de la coreografía en un patio de butacas no muy dado a debatir fondos, sino más bien a diseccionar superficialidades o dilapidar léxicamente al coreógrafo de turno. En muchos montajes coreográficos la sensación dominante es la sensación de nada. En Entity, la sensación es de conmoción. Entre la nada y la conmoción hay un espacio –¿un instante?–, que no sé cómo se llama, pero que bien podría denominarse McGregorismo.
La forja de un mutante.
McGregor huye de los lugares comunes. Lo suyo es innovación y ultramodernez con patas. Bien largas, y definidas, como las de una mantis atea. A este baby-boomer (1970, aquella generación que son la tira y hacen mucho ruido) de Stockport de joven le perdían tanto los ordenadores como los bailes de salón y la salsa bien acompañada. Bueno, esa salsa en plan I+D, de manera que a esa salsa no la reconoce ni su madre. “Quise bailar después de haber visto a John Travolta en Fiebre del Sábado noche y en Grease. Lo del ballet, o la danza contemporánea, me pillaba muy lejos, así que me decanté por el baile disco”. Era la época en la que Donna Summer era lo más, y John Travolta hacía de italoamericano epiléptico. Empieza el espectáculo. Wayne estudió coreografía (y semiótica) en Leeds, y de ahí a Nueva York sin pasar por la casilla de salida. Cosas del azar, monta la Random en Londres, en 1992. Una carrera de una solidez notoria, sin ranuras en las que introducir la enmienda de la risotada. Desde entonces no ha parado. Su hiperactividad le ha llevado a los más diversos escenarios: al teatro (con La Mujer de blanco y algunas obras para el National Theatre y la Peter Hall Company) a la ópera (La Scala de Milán y la Ópera de Escocia) y al cine (Harry Potter y el Cáliz de fuego). “Me aburro fácilmente, así que tengo que buscar nuevos desafíos para mantenerme despierto”. En vela, que la ocasión la pintan calva. McGregor ha realizado también diversos trabajos para compañías de ballet: incluido el Ballet de la Ópera de París, San Francisco Ballet, Stuttgart Ballet y Royal Ballet. Y para sorpresa general, e incredulidad entre los puristas talibanes del clasicismo, en 2006, el Royal Ballet de Londres lo nombró coreógrafo residente, la primera vez en la historia del ballet que el coreógrafo no venía de un clásico background clásico. "Intento no pensar en esa increíble tradición. Me asusta, me da vértigo”. Y es que hay compañías que se juegan la estabilidad emocional apostando por otra cosa. Y encima ganan la apuesta. "Ya no hay tanta distancia entre el baile clásico y contemporáneo. Al menos no tanta como en el pasado, cuando surgieron las primeras compañías y coreógrafos de danza moderna. La situación es ahora mucho más fluida”. Todo es cuestión de hábito, como bien sabe el monje. McGregor es uno de esos meteoritos inclasificables que, muy de vez en cuando, genera la industria cultural y que cruza por nuestros escenarios dejando un rastro bastante cautivador. Notas mentales: a) su imaginación no tiene confines. b) su obsesión de maridar tecnología, movimiento y cerebro le ha alzado al olimpo de la poesía de alta intensidad. Y c) beware!: “yo vengo a desmontar expectativas”. Fin de notas mentales.
Laboratorio way of life.
Su particular enfoque lo ha convertido en uno de los creadores que ha abierto una nueva vía de investigación, y por tanto de innovación, y que le llevó a colaborar con neurocientíficos de la Universidad de Cambridge. De aquella investigación surgió la pieza Ataxia (2004), que toma nombre del síntoma que provoca la descoordinación del movimiento. “Me fascinan las interrupciones, los desvíos, la aleatoriedad, y las diferentes maneras de extraer información con el cuerpo”. Su sensibilidad para los conceptos científicos con los que le gusta experimentar y sus devaneos con disciplinas fronterizas como la neurología, la electromagnética, la acústica, con las cuales le gusta medir límites –eso sí, siempre desde el movimiento– le ha llevado a desarrollar una labor de coreógrafo sin renunciar al carácter especulativo de este ámbito. “Al comprender cómo procesa la mente el movimiento puedes comprender también cómo se aproxima la audiencia a lo que ve en el escenario”. Y las audiencias se aproximaron en multitud al Royal Ballet de Covent Garden de Londres, convirtiendo Chroma (2006) en el éxito de la temporada. Una hermosísima pieza minimalista que transcurre en una caja de luz blanca. Los matices no se pierden por el camino, mezclando lo solemne, lo dramático y una pureza intrincada, convirtiendo densos conceptos en complicadas abstracciones coreográficas.
¡Ándale, ándale! Rapidez y flexibilidad.
Esa es la combinación clave. Ambas cualidades aparecen en casi todos sus trabajos. Eso y la voracidad: “sólo trabajo con bailarines de apetito voraz”. Ñam, ñam. A McGregor le gusta provocar de diversas formas a sus bailarines. “Con este tipo de intervenciones, el cuerpo se comporta de manera diferente, porque tiene que resolver problemas desconocidos”. Este sudoku del movimiento es un lugar de reflexión y que pretende generar interrogantes más allá de los que los bailarines, y los espectadores, están acostumbrados. Simbólico.