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Seis confesiones de María Rovira

Seis confesiones de María Rovira

Publicado en la revista Susy-Q. Número Nov-Dic. 2009

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La niña que espiaba

Con el inicio del siglo la compañía catalana Trànsit desapareció. Su directora, María Rovira, mujer de danza, hizo una pausa. Y ahora, como el Ave Fénix, renace de sus cenizas. No ha sido fácil, según confiesa, pero su nueva obra El salto de Nijinsky ha sido un notable éxito. Argentina les ha aclamado y ahora se marcha de gira por África.

Por Omar Khan



María Rovira   ©Xavier Sanfulgencio



I. PARÍS
“Soy de una generación que se marchó de Barcelona. Hice clásico pero me interesaba el contemporáneo, así que cuando comenzaron a darlo en el Institut del Teatre fui a hacer la audición pero no quedé. Empezó mal lo de la danza contemporánea aquí. No me cogieron, querían gente virgen y no alguien que, como yo, viniera contaminado con el clásico o que tuviera una personalidad hecha. Entonces tuve aquella conversación que definió mi destino. La maestra Alicia Pérez Cabrero me dijo “vete a Francia”. Y me fui con 16 años al Centro Internacional de Danza (CID), de París, que ya no existe, pero allí se formó gente que luego bailó con Phillippe Decouflé o en Rosas. Ofrecía cuatro años de formación completa. En aquel momento en París estaba entrando la escuela americana y venían a dar clases Merce Cunningham, Viola Farber, Martha Graham. Las tomé todas. Fue un enriquecimiento brutal. Muy bueno. Pero yo no quería ser bailarina, quería coreografiar y tenía curiosidad por todo. Hice talleres de teatro con Lindsay Kemp, de mimo con Marcel Marceau, de yoga, de release, iba al cine a ver películas de los años treinta y cincuenta, al teatro, me encantaba esa vida. También trabajé de figurante en la Ópera de París, y me escapaba de vez en cuando a ver las clases de Nureyev. Fue una época fascinante, se estaba creando todo y yo estaba allí, en contacto con estrellas, era una niña que espiaba. Además, trabajé vendiendo entradas en el Festival de Avignon, lo que me permitía ver todo el festival. Allí vi por primera vez a Pina Bausch”.

II. CUNNINGHAM
“Entonces me becaron para ir a estudiar en el estudio de Merce Cunningham en Nueva York. Fue en el año 1984 y pasé allí ocho meses. Él ya no daba clases, pero vivía en el mismo edificio y lo veía cruzar hasta su casa cada día. En el año 1994 presenté No man’s Land, mi primera obra en el American Dance Festival (ADF), y su compañía bailaba al día siguiente, así que estaban allí y vinieron todos a verme. Me felicitó y conversé con él. Años más tarde, estaba yo coreografiando para el Ballet Hispánico, de Nueva York, y él estrenaba en el mismo teatro su pieza Ocean, y me dejó estar a su lado durante el ensayo y me explicó cómo trabajaba. A veces pienso en el privilegio que he tenido de relacionarme con maestros muy distintos, que te hacen ser abierta. No soy Cunningham para nada. Soy limonera, de José Limón, y Graham me mata. Sé usar y respetar las técnicas, sea release o fly low. Fui curiosa, no le hice ascos a nada. Tomé también clases de jazz, de Alvin Ailey…, quizá por eso no fui nunca una gran bailarina”.

III. MANOS
“En una coreografía como El salto de Nijinsky están todos mis maestros. Los saltos pueden ser muy de Cunningham, un homenaje a su variación de pie… y es que todo influye en la vida, cosas que vas recogiendo y salen en el momento más inesperado. Soy una amante del trabajo de las manos, por ejemplo. Me aprendí el lenguaje de los sordomudos, me gustan las manos en el flamenco, en la danza de la India. El día que me presentaron a Martha Graham me dijo: ‘Tienes talento en las manos’, y eso me gustó porque era algo que había cultivado. Años más tarde, trabajando en el Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso me dijo: ‘Un bailarín por más que salte, si no tiene bonitas manos, no será bailarín’. Las manos son muy importantes a la hora de transmitir”.

IV. MACONDO
“Necesito bailarines, más que físicos, espirituales, con experiencia, no ya de baile como de vida, que crean en lo que hacen, como los de América Latina, allí es vocación. Vocación de verdad. Me he recorrido casi todo el continente, el padre de mi hijo es venezolano, y creo en ellos porque me recuerdan a mi acto de fe en Mataró, porque creen en los milagros. Es que Macondo existe y yo he aprendido que de la nada sale todo. En 1994 estrené en Cuba Extravío, con música de Manuel de Falla. Era la primera vez que trabajaban con un coreógrafo invitado y todo era muy precario. Ensayas con casetes, se va la luz y encima no llegaron una tela y unos pantalones negros que necesitábamos. Me fui al hotel, donde se estaba alojando una compañía holandesa, y empecé a pedir a los bailarines que me dejaran la ropa negra que hubiesen traído, y así armamos el vestuario y estrenamos. Nos reímos mucho, pero eso es América Latina, así se trabaja”.

V. TRÀNSIT
“Después de años trabajando con Trànsit, mi compañía, hubo un parón. Tuve mi hijo en 2001 y me retiré. Era una época difícil para la compañía y creo que lo que más quería era disfrutar de mi hijo. Era duro ser madre y cargar con todos los problemas que significa tener una compañía aquí, pero apenas me sentí fuerte, me dije ‘vuelvo’, y volví con ganas, pero me ha costado mucho. He pagado caro poder disfrutar de mi hijo. En este lapso sin la compañía me llamaron de la Bauhaus y estuve bien, viviendo allí en Alemania, en esos edificios históricos. Luego pensé en regresar a Nueva York, pero se murió mi padre y la opción personal fue quedarme. Sabía lo que me jugaba. Además, tuve una afección cardiaca que me dio un buen susto y me hizo pensar que se me daba una nueva oportunidad. Cuando estás en la ola, estás, pero si te bajas es difícil remontarla”.

VI. TRILOGÍA
“En este nuevo periodo de Trànsit he hecho tres obras. Todas diferentes porque tengo empeño en demostrar que esas clasificaciones de lo que es bailado y lo que no es bailado, esta polémica en torno a la danza no tiene sentido. Al final, lo que queda es lo que está bien hecho, y no importa si es hip hop o es flamenco. Las tres piezas son bien diferentes expresamente. El salto de Nijinsky es 100% baile. Desir es más libre, tocamos en directo, es un poco circo, y Las mujeres de Shakespeare, que estrenamos en el Festival Grec este verano, son cuatro solos con personajes de sus obras, con texto y una mirada actual como si fueran Los ángeles de Charlie: son guapas y estupendas. Además, es muy divertido porque me obligo a hacer cosas totalmente diferentes y me lo puedo permitir porque tengo gente que o bien coge un trapecio o baila como Nijinsky. Y creo que para todo hay público. No es verdad que no hay público para la danza, pero se debería hacer limpieza. Hay artistas que han echado al público de los teatros con sus experimentos. Todo tiene su lugar y no puedes pretender ser experimental y querer que te den 200.000 euros para presentarte en el Teatre Nacional de Catalunya con experimentos. Tampoco entiendo por qué se le teme a la palabra clásico. El Teatre El Liceu debería tener una compañía estable de ballet, se debe fomentar la consolidación de una industria cultural. En Francia es la tercera industria del país”.

Trànsit emprende una gira por África este noviembre con El salto de Nijinsky e inaugura su nueva sede en Mataró.

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