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Mis experiencias con la danza
Por Andrea D´Odorico, escenógrafo y productor teatral
En el otoño de 1983 se estrenaba en el Teatro de la Zarzuela de Madrid un nuevo espectáculo del Ballet Nacional de España. El Ballet Nacional lo dirigía María de Avila: era un conjunto cerrado y uniforme que integraba el ballet español, el clásico y el contemporáneo.
El primer programa era Danza y tronío, con coreografía de Marienma. El tercero, Medea con coreografía de José Granero, música de Manolo Sanlúcar y dramaturgia y dirección de escena de Miguel Narros. Yo hice la escenografía de ambos espectáculos.
Los ensayos habían durado mucho tiempo: Marienma era una coreógrafa exigente, exhaustiva y perfeccionista y el espectáculo resultó, de verdad, de una belleza increíble: un infinito desfile de colores, del rosa pastel al morado potenciado por unos grandes espejos colgados al fondo del escenario como si de un ensayo de puro virtuosismo, en el foyer de un gran teatro de ópera del XIX se tratara.
Mi experiencia anterior era la escenografía teatral y esta era mi primera incursión en el mundo de la danza. Enseguida me di cuenta de que los montajes para ballet tienen que ser de una perfección absoluta desde el primer día de ensayos: un bailarín debe dar el cien por cien desde el primer día o no conseguirá nada.
Para el tercer programa, Medea, contábamos con Manuela Vargas como artista invitada. La fuerza arrolladora y la personalidad de la bailaora pudieron con el personaje, convirtiéndolo en un fenómeno que raras veces se hace patente sobre un escenario.
Los ensayos fueron durísimos. La partitura musical era nueva y los protagonistas debían de buscar a su personaje a través de las distintas secuencias musicales. La manera de encarar este tercer programa fue distinta porque había que contar una historia. El trabajo con el elenco fue a posteriori, de manera más rápida y contundente. El horario, entre clases y ensayos de los distintos programas era agotador pero, curiosamente, nadie se lamentaba en aquellos tiempos. Todos querían llegar a ser alguien en algo en lo que creían. El rigor en el ballet, era una forma de pensamiento y una manera de trabajar, nada quedaba al azar y hasta las grandes personalidades se doblegan a la música y doblegan su cuerpo y su alma.
Posteriormente hice el Don Juan de José Antonio, donde Trinidad Sevillano y Aida Gómez se alternaban en el papel de Doña Inés y luego, La Gitanilla, de Cervantes, otras dos experiencias escenográficas para el Ballet Nacional y una misma fórmula para dos espectáculos distintos. Sin embargo, el barroquismo de ambos textos dramáticos impidió el desarrollo lógico, rápido y contundente que necesitaba cada espectáculo.
La síntesis es a veces el mejor medio para narrar una historia, unos sentimientos, unas sensaciones, ya sea en teatro o en música, en cine o en ballet. En esa línea se desarrolló mi última experiencia en el mundo de la danza, Carmen-Carmela. Los amores y los odios entre los tres personajes y la intensidad del conflicto dramático con la muerte sobrevolando la escena, definieron el desarrollo del espectáculo en el que cualquier descriptivismo hubiese sobrado. Hice una caja de gasa roja dentro de otro contenedor también rojo, como la sangre.
Andrea D´Odorico
Escenógrafo y productor teatral