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Igor Yebra: “La mayor parte de mi carrera ha sido solo, buscándome a mí mismo”
Entrevista publicada en Dantzan, por Iratxe de Arantzibia, enero 2017
Igor Yebra repasa para Dantzan su trayectoria y sus nuevos horizontes profesionales.
Inspirada en la ópera “El príncipe Igor” de Alexander Borodin, la premonición de su madre para escoger el nombre de su tercer hijo resultó proverbial. Aunque en sus deseos infantiles anheló ser portero del Athletic, lo cierto es que el camino profesional de Igor Yebra iba a ser otro. Con tímidos contactos con la danza desde siempre pues sus padres habían bailado de forma amateur en el Ballet de la ABAO, no se lo tomó en serio hasta los trece años. Poco después, debutó con el Ballet de Víctor Ullate (1987-1996), etapa que concluyó poniendo un pie en las antípodas, con The Australian Ballet (1997-1999). De forma freelance, Yebra continuó su carrera con invitaciones de compañías de todo el orbe, aunque posteriormente disfrutó de una etapa de mayor estabilidad gracias a las invitaciones permanentes del Ballet de la Ópera de Roma (2002-2012) y el Ballet de la Ópera de Burdeos (2002-2016), donde alcanzó la máxima categoría existente: étoile, es decir, estrella. En 2004, protagonizó un gran hito del ballet mundial: ser el primer bailarín no ruso en interpretar “Iván el terrible” de Yuri Grigorovich en el Palacio del Kremlin. Con casi tres décadas de laureada y premiada trayectoria a sus espaldas, en 2016 se retiró de Burdeos para abrir una nueva etapa
profesional. Quién sabe si la escuela que inauguró en su Bilbao natal hace diez años sea su nuevo horizonte. No busca ser ejemplo de nada, huye de los estereotipos y es consciente de lo “surrealista” de su carrera, a sus cuarenta y tantos años –evita desvelar su edad-, Igor Yebra habla sin tapujos y con una dosis de sinceridad poco habitual, de toda su trayectoria profesional.
¿En qué momento de su carrera se encuentra?
Estoy en una nueva fase de mi carrera que pueden ser muchas cosas o puede ser nada. No puedo concretar más porque hay campos abiertos que hay que ver por dónde fluyen. Hay pocos bailarines que hayan sabido hacer transiciones y esto es otro momento de evolución.
No puedo pretender bailar ahora lo mismo que bailaba hace diez años, porque no me interesa. Cuando yo hacía las funciones, siempre pensaba que quizás podía ser la última vez que hiciera ese espectáculo. Para qué te voy a contar el plan si igual no estoy mañana. Me gustaría hacer cosas diferentes, adecuadas a lo que puedo hacer de calidad. Uno de los motivos de abrir la escuela era tener libertad y así me estaba quitando una presión de encima. La mayoría de los bailarines no piensan en después qué. Sé que no hay un mañana seguro, pero si lo hay, algo tienes que tener planificado.
Si de algo está satisfecho es de los diez años de la apertura de su escuela de ballet en Bilbao.
Son diez años y cuando empieza la mayor crisis que se recuerda, se abre una escuela que, además, sólo hace danza. O sea, que es una cosa totalmente prescindible para los padres. Que durante diez años el rendimiento de la escuela no haya bajado y se haya mantenido muy bien, ahí tienes el balance. Que luego haya niños que hayan salido y estén trabajando fuera, estupendo, pero no son ésos los que más me preocupan. Me preocupa hacer que la sociedad cambie su mentalidad hacia la danza y eso se va a hacer a través de los que no van a bailar. Quiero que sea una escuela para todos, para que a nivel social hagamos algo diferente. Ésa es mi aportación a mi sociedad, a mi ciudad. Creo que eso es más importante que aportar un bailarín increíble y maravilloso.