Multimedia
Revista
Artículo
Espacios de reclusión/Espacios de creación
Publicado en la revista `DDanza´
Publicado en la revista `DDanza´
La cárcel como espacio disciplinario impone un orden no cuestionable sobre los cuerpos y les dicta gestos y rutinas. El interés de coreógrafos por entrar a la prisión y generar una práctica artística plantea interesantes cuestiones al confrontar cuerpos que se necesitan libres con otros que no lo son. También al interrogarse sobre los límites de la escena de la danza.
Por Teresa Villarroya
En el campo de las artes escénicas, el teatro ha producido textos y cuenta desde los años ochenta con colectivos y compañías implicadas en la producción de obra y desarrollo de talleres profesionales dentro del ámbito carcelario. Por su parte, las incursiones de la danza en este terreno han consistido hasta el momento en unas pocas experiencias puntuales. El InOut Festival de Cataluña, que celebró el pasado noviembre su segunda edición, consideró que era necesario incluir un debate en torno a la danza en las prisiones e invitó a la directora y coreógrafa Michelina Capato, que dirige su propia compañía desde la cárcel Bollate de Milán, a impartir un taller de teatro-danza. Otro de los trabajos presentados fue una pieza de video danza resultado de un laboratorio de creación que la compañía de danza Nats Nus, dirigida por el coreógrafo y bailarín Toni Mira, había impartido a presas del centro penitenciario de Wad Ras durante el año 2009.
Más allá de las consecuencias que para lo social y lo político puede traer este tipo de prácticas artísticas en las que la danza ocurre dentro de un espacio acotado y a través de unos cuerpos marcados por lo punitivo –esto también puede aportarlo el teatro–, nos interesaba indagar en cómo la posición del artista –coreógrafo o intérprete– y de la propia danza se ven afectadas y afectan a esos otros cuerpos inscritos en lo penitenciario.
La italiana Michelina Capato, que empezó hace veinte años a trabajar en este ámbito, explica que en un contexto de opresión cualquier proceso mental se hace más necesario –hay más necesidad de hablar de los otros– y las personas que cumplen condena comparten una misma condición: saben que lo perdieron todo. Ello los coloca en una posición de fragilidad donde la dimensión del cuerpo adquiere una importancia grave. “El cuerpo no miente, no permite no sentir. La privación de libertad –subraya– te obliga a elegir entre decir que no hay nada en este mundo por lo que luchar o utilizar el tiempo de la prisión como un tiempo de vida, de suspensión”. Y apunta, dando voz a ese preso que opta por hacer algo: “Mi vida es en prisión, pero es mi vida”.
Thomas Louvat, director artístico del InOut Festival, señala que “todos los que desarrollamos un proyecto artístico en el ámbito penitenciario, y necesitamos definir una metodología de trabajo enfocada a las artes escénicas, somos conscientes de que la cuestión del cuerpo es un eje central –sea teatro, danza-teatro, teatro físico o danza pura– por una razón muy sencilla: el encierro daña primeramente los cuerpos y muchas vivencias allí dentro se leen a través de estos”.
Una de las cosas que aprenden las mujeres presas cuando participan en un proyecto de danza es que sus cuerpos sirven para muchas más cosas, además de andar, comenta Toni Mira, cuya compañía ha desarrollado varios proyectos en el ámbito penitenciario y tiene además previsto continuar con esta línea de trabajo en el futuro. Dentro, señala Mira, ocurre algo muy potente. “Los artistas van a confrontar sus técnicas de danza, sus metodologías y su enfoque artístico con gente que no tiene este lenguaje, pero tiene vivencias tan fuertes que cuando empiezan a bailar cuentan cosas extraordinarias”. El artista entra a la cárcel, pero –observa este coreógrafo– “las presas entran en la realidad de un proceso creativo que es muy interesante porque, para el artista, es su forma de vida”.

Foto cedida por la compañía Nats Nus
Públicos
No todo este trabajo consigue plasmarse en un producto acabado –un espectáculo– para ser visto por un público: los trámites burocráticos para entrar y para salir son complicados. El InOut festival consigue abrir el espacio carcelario al público de fuera para que éste pueda implicarse en los recorridos artísticos propuestos durante los días que dura el encuentro. En Italia, la compañía de Michelina Capato ha conseguido, sin embargo, atraer al teatro de la cárcel a un público de edades comprendidas entre veinte y treinta años que en Milán, por lo general, no entra fácilmente al teatro. “Es un público que, en un sentido, va a escuchar y a ver qué pasa. Y vuelve cada año para ver la nueva propuesta”, explica esta directora.
Trabajar tres meses unas horas a la semana es poco tiempo para que algo cuaje en los cuerpos, puntualiza Toni Mira. Más que el hecho de poder salir fuera de prisión a presentar lo que un colectivo que está dentro puede hacer –algunas de estas piezas de video y danza han sido programadas en CaixaForum y La Caldera–, este coreógrafo valora por encima de todo las dos horas de trabajo que ve a las presas inmersas en un espacio totalmente de libertad, porque “el cuerpo es libre y son momentos que crean experiencia”. “La danza es muy efímera a nivel de espectador, pero nada efímera a nivel de experiencia del cuerpo que la crea”, matiza.
Espacios de reclusión/Espacios de creación
La cárcel como espacio disciplinario impone un orden no cuestionable sobre los cuerpos y les dicta gestos y rutinas. El interés de coreógrafos por entrar a la prisión y generar una práctica artística plantea interesantes cuestiones al confrontar cuerpos que se necesitan libres con otros que no lo son. También al interrogarse sobre los límites de la escena de la danza.
Por Teresa Villarroya
En el campo de las artes escénicas, el teatro ha producido textos y cuenta desde los años ochenta con colectivos y compañías implicadas en la producción de obra y desarrollo de talleres profesionales dentro del ámbito carcelario. Por su parte, las incursiones de la danza en este terreno han consistido hasta el momento en unas pocas experiencias puntuales. El InOut Festival de Cataluña, que celebró el pasado noviembre su segunda edición, consideró que era necesario incluir un debate en torno a la danza en las prisiones e invitó a la directora y coreógrafa Michelina Capato, que dirige su propia compañía desde la cárcel Bollate de Milán, a impartir un taller de teatro-danza. Otro de los trabajos presentados fue una pieza de video danza resultado de un laboratorio de creación que la compañía de danza Nats Nus, dirigida por el coreógrafo y bailarín Toni Mira, había impartido a presas del centro penitenciario de Wad Ras durante el año 2009.
Más allá de las consecuencias que para lo social y lo político puede traer este tipo de prácticas artísticas en las que la danza ocurre dentro de un espacio acotado y a través de unos cuerpos marcados por lo punitivo –esto también puede aportarlo el teatro–, nos interesaba indagar en cómo la posición del artista –coreógrafo o intérprete– y de la propia danza se ven afectadas y afectan a esos otros cuerpos inscritos en lo penitenciario.
La italiana Michelina Capato, que empezó hace veinte años a trabajar en este ámbito, explica que en un contexto de opresión cualquier proceso mental se hace más necesario –hay más necesidad de hablar de los otros– y las personas que cumplen condena comparten una misma condición: saben que lo perdieron todo. Ello los coloca en una posición de fragilidad donde la dimensión del cuerpo adquiere una importancia grave. “El cuerpo no miente, no permite no sentir. La privación de libertad –subraya– te obliga a elegir entre decir que no hay nada en este mundo por lo que luchar o utilizar el tiempo de la prisión como un tiempo de vida, de suspensión”. Y apunta, dando voz a ese preso que opta por hacer algo: “Mi vida es en prisión, pero es mi vida”.
Thomas Louvat, director artístico del InOut Festival, señala que “todos los que desarrollamos un proyecto artístico en el ámbito penitenciario, y necesitamos definir una metodología de trabajo enfocada a las artes escénicas, somos conscientes de que la cuestión del cuerpo es un eje central –sea teatro, danza-teatro, teatro físico o danza pura– por una razón muy sencilla: el encierro daña primeramente los cuerpos y muchas vivencias allí dentro se leen a través de estos”.
Una de las cosas que aprenden las mujeres presas cuando participan en un proyecto de danza es que sus cuerpos sirven para muchas más cosas, además de andar, comenta Toni Mira, cuya compañía ha desarrollado varios proyectos en el ámbito penitenciario y tiene además previsto continuar con esta línea de trabajo en el futuro. Dentro, señala Mira, ocurre algo muy potente. “Los artistas van a confrontar sus técnicas de danza, sus metodologías y su enfoque artístico con gente que no tiene este lenguaje, pero tiene vivencias tan fuertes que cuando empiezan a bailar cuentan cosas extraordinarias”. El artista entra a la cárcel, pero –observa este coreógrafo– “las presas entran en la realidad de un proceso creativo que es muy interesante porque, para el artista, es su forma de vida”.

Foto cedida por la compañía Nats Nus
Públicos
No todo este trabajo consigue plasmarse en un producto acabado –un espectáculo– para ser visto por un público: los trámites burocráticos para entrar y para salir son complicados. El InOut festival consigue abrir el espacio carcelario al público de fuera para que éste pueda implicarse en los recorridos artísticos propuestos durante los días que dura el encuentro. En Italia, la compañía de Michelina Capato ha conseguido, sin embargo, atraer al teatro de la cárcel a un público de edades comprendidas entre veinte y treinta años que en Milán, por lo general, no entra fácilmente al teatro. “Es un público que, en un sentido, va a escuchar y a ver qué pasa. Y vuelve cada año para ver la nueva propuesta”, explica esta directora.
Trabajar tres meses unas horas a la semana es poco tiempo para que algo cuaje en los cuerpos, puntualiza Toni Mira. Más que el hecho de poder salir fuera de prisión a presentar lo que un colectivo que está dentro puede hacer –algunas de estas piezas de video y danza han sido programadas en CaixaForum y La Caldera–, este coreógrafo valora por encima de todo las dos horas de trabajo que ve a las presas inmersas en un espacio totalmente de libertad, porque “el cuerpo es libre y son momentos que crean experiencia”. “La danza es muy efímera a nivel de espectador, pero nada efímera a nivel de experiencia del cuerpo que la crea”, matiza.