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Descifrar los códigos de Pina en “Orfeo y Eurídice”
Breve acercamiento a la Ópera - Danza de Pina Bausch "Orfeo y Eurídice".
Por Laura Lozano Conde.
En “Cincuenta sonetos a Orfeo” los veneró Rainer María Rilke, Rubens inmortalizó su historia en un óleo sobre lienzo y Calderón de la Barca publicó un brillante auto sacramental. Sin embargo, ni uno solo de los genios anteriores fue capaz de captar la esencia de este mito y elevarlo de la forma que lo hizo Pina Bausch adaptando la Ópera de Gluck.
Orfeo y Eurídice se estrenó como Tanzoper (ópera danzada) en 1975 por la compañía de Wuppertal. La propuesta, arriesgada, consiste en un “desdoble de cuerpos” en sus personajes, de forma que los protagonistas tienen una representación como bailarín y otra como cantante, y ambos interactúan con el resto de los presentes en la escena. Los cantantes de ópera abandonan su rincón del escenario para adquirir un papel activo como narradores y actores. El avance de la historia es llevado a cabo por la voz y el cuerpo desarrolla el dramatismo. Pina quiere desvestir el conflicto de Orfeo para que sea comprendido por el espectador, y divide la obra en cuatro actos que identifica con sus respectivos sentimientos: Duelo, Violencia, Paz y Muerte.
La obra comienza directamente con la muerte de Eurídice, que permanece inmutable ante el lamento de Orfeo y el luto del cuerpo de baile. La visión de Bausch respecto a Duelo va más allá del lamento: pretende hurgar qué se esconde tras ese sentimiento, haciendo que el bailarín abandone la técnica para representar ese dolor desgarrador que en determinados momentos se patologiza y torna a una dolencia física.
La vulnerabilidad de Orfeo se simboliza mediante la semi desnudez y sus súplicas lo llevan hacia el descenso al Tártaro.
Allí comienza Violencia, con lo que entendemos que es la separación de cuerpo y alma de Eurídice, que pasa a ser custodia de los seres que habitan ese mundo. Orfeo aparece en escena y encuentra al can Cerbero, de tres cabezas, representado por tres bailarines masculinos y las Euménides, las divinidades más antiguas del panteón helénico, encargadas de vengar los crímenes. Pina nos revela la verdadera naturaleza de estos personajes femeninos tan frecuentemente representados como seres malévolos y trata de que comprendamos su idiosincrasia, de la misma manera que lo hicimos con las Willis en Giselle. No son personajes perversos que atacan; son féminas cuya libertad está siendo coartada por los hilos blancos que las atan al hábitat de Hades y al apiadarse de Orfeo lo conducen hacia su amada, causando la ira de Cerbero. Entonces sucede Paz, un acto de conciliación en el que las Euménides encuentran descanso y conquistan al público con movimientos ligeros de danza clásica. El sentimiento que provoca Pina mediante el cuerpo de baile es la más pura representación de sororidad; todas bailan con Orfeo y también entre ellas. Eurídice no predomina por encima de ninguna de ellas, porque Eurídice habita en todas.
Se abre paso el último acto, Muerte. La fragmentación entre los pensamientos de Orfeo y sus acciones se logra mediante la personificación de estas fuerzas: la cantante que interpreta a Orfeo explica la voluntad de no mirar a Eurídice para salvarla y el bailarín muestra el ahogo mientras resiste al deseo de girarse hacia ella. En varias ocasiones, los intérpretes de Orfeo se contradicen, desvelando así el análisis de Pina: las relaciones presentes en este mito son mucho más complejas que amoríos entre otras divinidades. La visión sincera y humana de un personaje como la convivencia de múltiples identidades es lo que “explica” el desliz o, mejor dicho, el pecado, pues al caer Orfeo en la tentación es condenado a la culpa perpetua.
De este modo, la coreógrafa desfigura el convencional final feliz para que el público comprenda que Orfeo, a diferencia de muchas historias de la mitología, no es un dios: es terrenal y actúa como tal, reflejando lo perpetuo de la condición humana -el error- y afortunadamente, el arrepentimiento.
Laura Lozano